martes, 15 de noviembre de 2011

La reelección sandinista en clave latinoamericana


La reelección sandinista en clave Latinoamericana

Autor: Lic. Gabriel Merino
Publicado en Revista de la Juventud de la COPPPAL (Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe)

El pasado 6 de noviembre los nicaragüenses eligieron presidente, vicepresidente, noventa diputados para la Asamblea Nacional y veinte para el Parlamento Centroamericano, otorgando un contundente triunfo al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que obtuvo más del 60% de los votos. Semejante cifra por la que fue reelecto el actual presidente Daniel Ortega, desarticula cualquier especulación política sobre la base de los problemas que se suscitaron en la elección y las observaciones de los observadores internacionales, al tiempo que también  da cuenta de un proceso político de transformación que es imprescindible comprender en clave Latinoamericana.

Si hace treinta o cuarenta años los procesos revolucionarios en nuestro continente demandaban canciones urgentes, bajo los climas fervientes de las luchas populares, hoy las profundas transformaciones en Nuestra América se hacen bajos climas no menos tórridos pero con canciones distintas y parecidas, con otra mística y a paso de triunfos democráticos por vía electoral. Observación compartida tanto por los enamorados como por los detractores de las “nuevas revoluciones del siglo XXI”, que estos últimos ven alarmados bajo el prisma de lo que consideran clásica y despectivamente como “populismo”.      

Para entender el contundente triunfo del FSLN hay que observar, en primer lugar, el amplio conjunto de demandas populares que fueron atendidas en estos últimos años a partir del cambio de gobierno, como parte de un cambio estratégico regional. Como observa Zamora Rodríguez, embajador de Nicaragua en España, antes de la asunción de Daniel Ortega en enero 2007, dicho país sufría una media de catorce horas diarias de cortes de luz, más de la mitad del día. Por otra parte, en la década del 90’ más de un millón y medio de nicaragüenses (en un país que actualmente posee 5,8 millones de habitantes) emigraron producto de las políticas neoliberales de ajuste y privatización emanadas del Consenso de Washington que destruyeron la estructura social y productiva, al igual que en el resto de Latinoamérica.
Con el triunfo del sandinismo en 2007 y el apoyo de los países de la región agrupados en el ALBA, rápidamente se revirtieron algunas de las falencias centrales que afectaban a la población en uno de los países más pobres de Latinoamérica. Sin bien los indicadores actuales de pobreza (45%) y de subempleo (53%) siguen siendo muy elevados, en términos relativos a la situación inicial hubo importantes cambios. La eliminación del analfabetismo que afectaba al 40% de la población (según UNESCO), la fuerte reducción de la desigualdad (el segundo país de Latinoamérica en este rubro según la CEPAL), los planes sociales como los subsidios en la tarifa eléctrica y en el pasaje de autobús, la entrega de vacas, cerdos e insumos agrícolas para amplios sectores de la población y la construcción de viviendas,  explican en buena medida el apoyo popular recibido, que la oposición no logró desarticular con las acusaciones de medidas “populistas” y “clientelares” de un gobierno “autoritario”.
Además, en Nicaragua existe una situación económica con crecimiento sostenido, el aumento de las exportaciones que mejoran los ingresos públicos, y la construcción de importantes obras de infraestructura y energéticas como la de una refinería para destilar petróleo en el país.  Todo ello hubiese sido imposible sin la cooperación regional y el apoyo de Venezuela con aproximadamente 400 millones de dólares anuales, y sin la construcción del ALBA como plataforma de integración solidaria.
Esta situación económica y social en la cual se ven plasmados los avances de un rumbo de alejamiento al neoliberalismo y progresivas transformaciones populares es central para entender por qué votaron a Ortega sectores tradicionalmente anti-sandinistas como también independientes, es decir, sin una marcada identidad ideológica. 
También en materia de seguridad y narcotráfico Nicaragua resalta positivamente ante sus pares de la región, a pesar de no recibir la “ayuda” monetaria norteamericana en tal sentido y de ser el país más pobre de Centroamérica según PBI per cápita.  Con trece (13) homicidios cada 100.000 habitantes por año, se encuentra abruptamente por debajo de Guatemala (50), Belice (39), El Salvador (67) y Honduras (77), y muy cerca de Costa Rica (11) que se encuentra entre los países con más desarrollo de la región. Además, es el país en donde más toneladas de cocaína se incautaron.
Al igual que en otros países de Latinoamérica, la oposición al FSLN apeló a un conjunto de discursos centrados las cuestiones institucionales-formales en contra de la reelección de Ortega, los cuales no encontraron demasiada adhesión. Las acusaciones por parte de la oposición de dictador y autoritario al presidente electo, la imputación de la falta de legitimidad y legalidad de su candidatura a la reelección, la denuncia de tramar un fraude, de destruir la república, de corrupción etc., no tuvieron asidero en un pueblo propenso a observar la democracia y los procesos políticos reales en términos de inclusión, distribución de la riqueza, participación política y debate de ideas que se traducen en acciones prácticas.[1] A ello se suma una oposición dispersa, fragmentada, en crisis y con falta de cuadros. Su principales candidatos eran el empresario mediático Fabio Gadea, quien obtuvo según el escrutinio provisorio un lejano segundo lugar y que había sido diputado ante el Parlamento Centroamericano desde el gobierno de su consuegro, el expresidente Arnoldo Alemán, quien también iba como candidato y obtuvo el tercer lugar. Entre ambos sumaron un 36% de los votos según los datos provisorios.         

Resulta imprescindible incorporar al análisis la situación de Estados Unidos, país que históricamente y de forma manifiesta intervino en la región para imponer los rumbos políticos de acuerdo a sus intereses. La profunda crisis económica que atraviesa dicho país, los problemas estructurales de déficit y la crisis política que en términos institucionales se traduce como un empate de fuerzas, dan cuenta de la fractura que existe en el seno de poder mundial. Junto a ello, el creciente multipolarismo y la crisis del unipolarismo, la multiplicación de frentes para EEUU y los avances en la conformación de un bloque de poder autónomo latinoamericano-caribeño, dificultan la intervención norteamericana en la región, reforzando de hecho las posibilidades de autodeterminación de los pueblos, que pueden resolver con mayores niveles de libertad sus destinos, profundizando las democracias.

Por todo esto, el proceso político nicaragüense debe ser leído en clave Latinoamericana, es decir, como parte de un proceso general con sus contradicciones, particularidades y matices, que posee elementos comunes y generales: la crisis de los partidos políticos tradicionales y de las figuras atados a los intereses financieros neoliberales, el cambio de rumbo regional, la consolidación de crecientes grados de soberanía, la crisis imperial y el creciente multipolarismo que vuelve a constituir un contexto de oportunidad histórica para los pueblos, las crisis de las ideas de “mercado”, la vía político-democrática como territorio central para dirimir la pugna entre proyectos estratégicos y la posibilidad de consolidar avances populares en la lucha por conquistar la justicia social.  Definitivamente, se trata de un cambio de época.


[1] Resulta interesante leer, para observar desplegados estos argumentos, la crítica opinión publicada por Emilio Cárdenas en la nación http://www.lanacion.com.ar/1421364-resultado-elecciones-en-nicaragua , quien fuera representante en la ONU durante el gobierno de Carlos Menem en Argentina, director ejecutivo del banco británico HSBC y propulsor de la dolarización de la Argentina en 2002, entre otras cuestiones.

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